Fue una tarde gris y
lluviosa, pero ni importó el tiempo.
Fueron llegando las tertulianas a breves intervalos y comenzamos a
trabajar los extraordinarios Cuentos orientales, de Margarita Yourcenar. Antes,
fijamos nuevas lecturas e incluso hubo un brindis navideño; después, larga
discusión de esta maravilla literaria.
Margarita
Yourcenar sintió una pasión viajera desde su infancia, que cultivó en su
juventud y madurez. Esa pasión viajera, combinada con la lectura de temas
clásicos, la dota de un bagaje y conocimiento que refleja en muchos de sus
textos, en concreto en sus Cuentos orientales. Conforman la obra once breves
narraciones que abarcan el espacio greco-serbio-albano-kosovar, uno sobre China,
otro sobre India y un corto relato sobre un pintor holandés que vivió en Constantinopla. En varios
de los relatos se palpa la intensidad del conflicto greco-kosovar ya desde
lejanos tiempos; así, “La muerte de Marko Kralievitch” o “La sonrisa de Marko”
reflejan claramente un mundo cristiano y
otro turco-musulmán en permanente conflicto.
Con la
honradez intelectual que la caracteriza, la escritora siempre añade un post sriptum a su obra, y así sabemos
que sólo “Nuestra Señora de las Golondrinas” y “La tristeza de Cornelius Berg”
son elaboración propia.
Desmenuzar
cada cuento y cada mito parece prolijo, pero aún así vale la pena. Antes, creo necesario rendir homenaje a la gran Emma
Calatayud, traductora, filóloga y feminista, represaliada durante muchísimos
años, que con brillantez, cuidado y mimo nos traslada sus perfectas
traducciones para gozo y disfrute de
lectoras y lectores.
“Cómo se salvó Wang-Fó”. La leyenda del pintor vagabundo que amaba
la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas, conlleva una larga historia
personal de búsqueda de la belleza, del color, del aroma, de la luz y de los
modelos, incluso de un ayudante; Wang encuentra a Ling, su joven discípulo que
lo dejará todo por él, abandonando el amor de su bella y joven esposa, que
desesperada se ahorcará en un ciruelo rosa. Recorren China a pie, no aceptan
dinero, sólo comida o algo de beber; así, el maestro pintaba mejor a los
borrachos, o admiraba la lívida veta del rayo producido por la tormenta.
Cuando
Wang-Fó y Ling son detenidos y llevados ante el Emperador, el viejo pintor se arrodilló ante el Maestro del Cielo que sólo
tenía veinte años y las manos ajadas y rugosas; rodeados de ministros y
cortesanos, preguntó al joven tirano: “¿Qué te he hecho, oh Hijo del Cielo? Y
el emperador le respondió que su padre coleccionaba pinturas de Wang-Fó y él
pensó que así era la realidad, porque vivía alejado del mundo, “pero ahora te
odio, emperador de las mil curvas y mil colores, porque reinas en paz en
montañas de nieve que no se derriten y narcisos que no se marchitan, voy a
cegarte y amputarte las manos”. Cuando su discípulo oyó aquel horror, intentó
matar al Emperador y el odio de éste hacia el viejo maestro aumentó, “haz
sabido hacerte amar”, dijo, y ordenó la muerte de Ling. Cuando decapitan a
éste, Wang-Fó llora al ver la belleza sublime que refleja la sangre en su
cuello. El Hijo del Cielo ordena que limpien las lágrimas del viejo, pues antes
de matarlo quiere que acabe de pintar un cuadro inconcluso, una marina delicada
que será su última obra.
Wang-Fó
comenzó a pintar, añadiendo tenues arrugas al mar, el pavimento de jade crecía, pero Wang no sabía que trabajaba en el
agua, una frágil embarcación se acercaba, el agua anegó la sala, apagó el
hierro que debía cegar al pintor, inmovilizó a los cortesanos y al joven
autócrata. La embarcación iba conducida por Ling, que respetuosamente ayudó al
maestro a subir a la barquilla. Wang-Fó pensó que iban a morir ahogados los
cortesanos y el Hijo del Cielo, pero Ling expresó con breves palabras el fin
último de aquellos personajes: “Estas gentes no están hechas para morir en una
pintura”.
La
salvación mágico-onírica de Wang-Fó y Ling tiene mucho de resolución fantástica
al estilo de caballos voladores, pájaros
rock o alfombras mágicas, pero la conclusión última de la narración es
categóricamente sensata, no se entiende ni se ama la belleza si no se la
aprecia, y no se la aprecia si la vulgaridad es la pauta que se utiliza para
medirla.
“La sonrisa de Marko”. Esta narración, que sitúa en el Monte Athos
los huesos de Marko Krailevitch, después de avatares, traiciones y mil
batallas, nos cuenta la lucha de los pueblos greco-serbios frente al Imperio
Otomano y el retorno final del héroe muerto a la patria eterna, Grecia, donde
los monjes de moños flotantes dirán durante siglos alabanzas a la familia de
Trebisonda, extinguida hace cientos de años. No importa, el héroe mortal, Marko
Krailevich, retorna en una barca a las azules aguas de la patria añorada con
una sonrisa que ilumina su faz cerúlea, una plácida sonrisa que no tuvo el
Pelida atormentado.
“La leche de la muerte”. Margarita Yourcenar pone en la ciudad
albanesa de Scutari, hoy Skodra, el mitologema universal de la carne y la
sangre de las vírgenes y las mujeres que amamantan como cimiento inamovible en
cualquier nueva empresa, construcción o aventura (sacrifico de Ifigenia,
jóvenes galas, doncellas mesoamericanas).
Utilizando
el engaño, la joven esposa del menor de tres hermanos es ejecutada para servir de cimiento a un edificio en
construcción (una torre para vigilar a los turcos). Los hermanos asesinan al
marido y cuando la joven asume su trágico destino, pide una gracia, una rendija
para poder amamantar a su bebé. Durante dos años, hasta que el niño dejó de
mamar, la leche fluyó abundante y cálida. Pero no todas las madres aman igual a
sus niños y niñas; en Ragusa una mujer albanesa quiere cegar a su hijo para
convertirlo en mendigo.
La trama de
la novela abarca un amplísimo espectro social, político y religioso del Japón de la época, donde aún no existe el
Shogunato ni los samuráis ni las gheisas; China es el referente político y
cultural y el joven Genghi es la estrella que brilla en la corte, en la guerra,
en el arte y en la música, enamora a la joven concubina favorita de su padre y
a las mujeres más bellas de la corte, con el consiguiente sufrimiento de la
princesa Mirasaki, su mujer, que muere joven y sin hijos.
El
príncipe, el mejor poeta y tocador de Koto, añade un nuevo atractivo a su
persona, es también el más amado hasta
el punto que su esposa murió por él, y ahora trasforma su dolor y su pena en un
estético y seductor lucimiento. Muchas mujeres comparten nuevamente sus días,
pero el tiempo, “gran escultor” en palabras de Margarita Yourcenar, cerca a
Genghi, que ya cincuentón, casi ciego y con problemas de salud, se marcha de la
corte a una cabaña de escasas comodidades. Allí le buscará “la Dama del pueblo
de las flores que caen”, una ocasional amante que durante años le quiso sin
esperanza y después de varios intentos logra compartir su vida, se convierte en
sus ojos, sus manos, la boca que cuenta las tonalidades del invierno, los dedos
que acarician el laúd, la cortesana de los collares de flores y de los platos
deliciosos.
Sintiendo
cercana la muerte, Genghi se despide y recuerda su vida, sus amores, las intrigas, y le dedica un agradecimiento
especial, la llama Chujo, que es el nombre que ella había adoptado y le dice
que le gustaría haberla conocido antes. Chujo le pregunta por “la Dama del
pueblo de las flores que caen”, Genghi no la ha nombrado, se ha olvidado, pero
ya no puede responder, ha muerto. La Dama llora amargamente lágrimas salobres y
calientes, amó vanamente a un ser egoísta.
“El hombre que amó a las Nereidas”. Se trata de un divertimento en
el que la autora relaciona el estado estuporoso de un vecino de un pequeño
pueblo griego, de quien se decía que había amado a las Nereidas y éstas cegaron su entendimiento. Hombre alguno
puede hablar de la carne de las diosas, Anquises nunca se puso en pie después
de haberse jactado del amor de Venus, Acteón fue despedazado por sus perros, al
ver por casualidad a Artemisa en el baño. Las primas de Aquiles no fueron tan
crueles, Panegyotis vive con el recuerdo confuso de los cuerpos de las diosas.
“Nuestra Señora de las Golondrinas”. Otro divertimento de Margarita
Yourcenar, y éste con clara intención burlesca. A la obsesión puritana y
antidioses griegos del monje Therapión propugna una divertida reconversión
cristiana de las alegres deidades paganas, convirtiendo un sitio de peregrinaje
en un santo lugar bajo la advocación de Nuestra Señora de las Golondrinas.
“La viuda Afrodisia”. A mi juicio, esta vieja leyenda relata con
fuerza indescriptible el capítulo más interesante de los Cuentos Orientales. La pasión descarnada, brutal y tierna de la
viuda adúltera y asesina de su bebé y del salteador de caminos asesino y
ladrón, revela con precisión la terrible amalgama de sentimientos complejos que
mueven a los seres humanos.
Casi se ve
a Afrodisia correr con sus piernas morenas, ágiles y robustas hacia el mar con la cabeza de Kostis en el halda, corre al
mar que pudo haberlos salvado y que ahora será tumba para quienes se amaron más
allá de la muerte; Afrodisia y Kostis estarán unidos para siempre, el mar los
sepultará juntos, las faldas largas y coloradas de la viuda serán sudario para
ambos.
“Kali decapitada”. Interesantísimo relato que toma como referente a
Kali la cruel, la perfecta, la de la eterna belleza, ahora unida su cabeza
divina a un cuerpo monstruoso. No sufre tanto Kali por la decapitación, sino
por el deseo malsano de yacer con miserables descastados y abyectos en los
peores lugares. La respuesta del sabio a su pena es todo un tratado sobre la
vanidad del conocimiento: “Oh, Imperfecta, en quien la perfección toma
conciencia de sí misma, oh, Furor, que no eres necesariamente inmortal”.
En Cabezas cambiadas, de Thomas Manm, una aseveración
categórica nos hace volver a este viejo
mito. ¿Quién ejecuta, el cuerpo inane o la cabeza pensante? Como señala el sabio,
“el deseo te enseñó la inanidad, ten paciencia, oh, Error.”

Los dos cuentos restantes, “La muerte de Marko Krailievich” y “La tristeza de Cornelius Berg” pasan
sin pena ni gloria entre tanta belleza como hemos leído, son relatos magníficos
pero menores en un libro extraordinario.
Besos
feministas,
MONTSE
(Marguerite de Crayencour, Bruselas, 1903- isla de Mount Desert. Maine. EE.UU. 1987) Escritora francesa de origen belga.
Huérfana de madre desde su nacimiento, fue llevada muy pronto a Francia por el padre (natural de Lille) que, tras impartirle una educación bastante esmerada, la llevó siempre con él, en el curso de su cosmopolita existencia, comunicándole su amor por los viajes.
Cursó estudios universitarios, especializándose en cultura clásica, y empezó a publicar diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, aunque con escaso éxito. De esta primera época son las novelas Alexis o el tratado del inútil combate (1928), que comenzó a despertar el interés de la crítica: obra de corte gidiano, es una lúcida y desinhibida vivisección de un fracaso existencial; La Nouvelle Eurydice (1929), menos tensa e inspirada respectoAlexis: Denier du rêve (1934), historia de un atentado fracasado contra Mussolini, donde la violencia política ocupa el primer plano; y La mort conduit l'attelafe(1934), colección de tres cuentos.
Sus largas estancias en Grecia
dieron origen a una serie de ensayos reunidos en Viaje a Grecia y llevaron a su maduración la idea
originaría de Fuegos (1936), una obra esencialmente lírica
compuesta de relatos míticos y legendarios. La misma dimensión mítica se deja
traslucir en su colección de Cuentos
orientales, publicada en 1938. El año siguiente aparece El tiro de gracia, basada en un
hecho real, una historia de amor y de muerte en un país devastado durante las
luchas antibolcheviques. Son importantes también varios ensayos, como Pindare (1932) y Les songes et les sorts (1938).
1 comentario:
hola, gracias por su aporte a la vida de esta gran escritora. Pero, podría indicarme más información sobre la traductora Emma Calatayud? Gracias
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